Un baño turco es como un depósito de viejos cachondos. No importa que tan musculoso, pelado, guatón o peludo sean. Las ganas de sentir como cae la gota gorda es lo que importa. No alcanzas a poner un pie en la entrada y ya puedes vislumbrar tipos “muy sueltos de raja” y a miembro descubierto. Sin lugar a dudas un lugar para aquellos valientes que, sin tapujos ni pudores, gozan de las altas temperaturas, hombres de sangre caliente y amantes del calor. Ni más ni menos.
No pasaron más de cinco minutos, cuando ya me encontraba a las afueras del “Baños turcos Miraflores”. Estaba impresionado con las maravillas que se mostraban en Internet. A decir verdad, me ilusioné con un lugar parecido a los construidos en el siglo XVI por el arquitecto Sinan en la época del imperio otomano. Aquellos que lucían desde afuera como verdaderas cúpulas de cristal por las cuales le entraba la luz solar. Qué ingenuo fui.
-¿Donde quedan los baños turcos?-, le pregunté al conserje. Bajando las escaleras, me respondió. Bajé los escalones y el miedo, asco y repugnancia me invadieron. No podía creer que aquellos camarines de un color celeste, con años de antigüedad y con un hedor extremadamente fuerte, fueran el lugar donde me asentaría por unas horas. –Sigamos bajando le dije a mi camarada-, que con mucho valor me acompaño, por si se presentaba algo extraño. Todo esto con la ilusión de encontrarme con un lugar un poco más pintoso.
Llegamos a la caja y una señora con una mirada penetrante nos preguntó, que íbamos a desear. Baños turcos le respondimos. – 8000 pesos es el valor- respondió. En ese momento no me cabía en la cabeza cómo ese dinero podía ser tan mal gastado. Pero el instinto periodista, mandó en esos momentos, y la curiosidad de saber que escondían las mamparas, que nos dividían de la caja y los baños turcos, me invadió.
Cruzamos el umbral y nos encontramos con la recepción del lugar. Aquel donde se encuentran los camarines, en los cuales uno se desviste, para luego salir a “raja suelta” al lugar que nos impregnaría de calor. A decir verdad el lugar era muy parecido a un hospital. A sus costados se encontraban aquellos individuos- con pinta de enfermeros del amor- que te dirigen al lugar donde te despojas de tu ropa. Cuartos de un metro cuadrado, en los cuales no te puedes ni mover.
Salgo con calzoncillos y mi toalla, muy campante, cuando “el tellak”, como se les llama a los encargados en turco, me dice – sácate la toalla y los calzoncillos y ponte esta tela-. Un sonrojado rostro me invadió. ¡Chucha!, dije en el momento. Pero así y todo me puse la “toallita” que a veces me deja a media raja.
Mi nerviosismo me llevó a preguntar dónde se encontraba el baño. Un individuo con gestos y rostro afeminado, me expresó – compadre por acá se encuentran. Me lavé las manos y la cara y con un gran suspiro me fui directo al lugar donde se encontraban los raja peladas.
Un gran hall vaporizado se posaba frente a mis ojos. Y unos asientos, parecidos a los WC esperaban a que tomara asiento. Lo primero que hice fue sentarme en ellos. Desde ahí se podía visualizar todo el lugar. A los costados, duchas; a mi espala, salas vaporizadas; y a un extremo un cuarto de madera.- Un sauna-pensé. Pero lo más impresionante, un individuo mayor y peludo en posición de vela, como Pedro por su casa.
Ya decididos, fuimos al sector del “real baño turco”, vapor húmedo. En un principio el ambiente no dejaba respirar bien, pero pasado unos minutos era soportable. En aquel momento parecía una ducha, de tanto liquido que botaba por mi cuerpo. Al frente, en unas camillas un viejo peludo descansaba comos si estuviera en la playa Acapulco. Y un poco más al centro un anciano “regordete” recostado apuntaba su “raja” hacía donde me encontraba. Para que decir que le colgaban “dos racimos” de su cuerpo. Así que entre transpiración y asco me cambié de sector.
No podía ver de tanto vapor que se encontraba en la sala. Había tres sujetos más dentro, silenciosos. Me siento y dentro de un rato ya no podía respirar. El calor seco provocaba en mi garganta una sensación de estar tragando calor. Lo bueno es que la sala tenía hojas de eucaliptos que a ratos te hacían tener una mejor aspiración de aire. – Que rico-, dijo en un momento-.
Ya con el cuerpo caliente, -una duchita con agua helada no vendría nada mal- dije. Fue lo peor, no alcancé a estar ni dos segundos cuando ya estaba fuera. El frío caló dentro de mi cuerpo, al tiempo de sentirme raro. Es por eso que el encargado me recomendó entrar al sauna. Esperé un momento, por que un sujeto sospechoso se asomó a la ventana con el miembro al aire. No hay que ser mal pensado, pero uno ve caras y no corazones, Pero si mucho sexo.
Entré y un calor insoportable invadió mi cuerpo. Era impresionante como aquellas piedras de carbón mantenían una temperatura sobre los 40 grados. Pasaron minutos para que llegara más gente. Y los comentarios iban y venían. “Lo mueve, lo mueve, pero no lo mete”, decía uno a modo de broma a un conocido.
Ya con una ducha de agua caliente, sólo quería escapar.- quiero salir de esta mierda-, dije. Entre a mi camarín, me vestí y salí a paso rápido del lugar, entre risas y sensación de asco. Subí las escaleras y el verdadero Santiago me esperaba, aquel que a media tarde se encuentra ajetreado y alterado, pero sin embargo es mi territorio preferido. A diferencia de esos lugares inhóspitos que poco tienen la oportunidad o quieren conocer, y en donde los tapujos y vergüenzas, quedan reducidos a un simple tipo a raja pelada.
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